Los antiguos griegos solían afirmar que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Seguramente, se quedaron cortos en la apreciación porque la historia muestra que los tropezones se repiten y en algunas sociedades, como la tucumana, pueden volverse crónicos. La depredación de la naturaleza trae consecuencias previsibles y muchas de ellas se convierten en catástrofes, como está sucediendo en varias poblaciones del sur de nuestra provincia, víctimas de inundaciones. Miles de pobladores, como los de La Madrid, han perdido todos sus bienes. Una de las principales causas de este desastre ambiental es la deforestación.
En la reciente reunión de delegados del NOA de la Pastoral Social, el obispo de Añatuya denunció que ya no quedan montes nativos. “En estado natural, la tierra absorbe 300 milímetros por hora, pero si se desmonta para ganadería, ese suelo sólo retendrá 100 milímetros en el mismo tiempo. Ahora si se siembra soja, como ocurre en el NOA, esos campos absorberán apenas 30 milímetros por hora, según los estudios del INTA”, dijo el sacerdote. Señaló que durante el encuentro se consideró también el daño que causan el uso de agroquímicos y la tala indiscriminada, sin tener en cuenta la aplicación de las leyes. “Las causas de todo esto ya no son invisibles, las vemos en las grandes inundaciones que provocan tanto sufrimiento a nuestros pueblos”, afirmó.
Cuando la deforestación es elevada, se erosiona el suelo y se altera la calidad del agua. Los bosques regulan el régimen hídrico, y cuanto más natural sea el ecosistema, más efectiva será esta función. La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señaló que el agua y los bosques están íntimamente ligados, ya que los árboles filtran el agua, aumentan los niveles de humedad en el aire y la incorporan más profundamente en la tierra, evitando su evaporación. Advirtió que un territorio con menos del 25 % de cobertura vegetal corría grandes peligros ambientales.
En Tucumán, la tala indiscriminada se viene produciendo desde hace año. Por ejemplo, en noviembre de 2006, especialistas en medio ambiente dijeron que en la provincia había un millón de hectáreas degradadas. A ello había que sumarle que sólo el 18 % de la superficie del territorio estaba cubierto por bosques. Ese mes, pescadores de Concepción descubrieron que a la altura del lugar conocido como Remanso de Yacu Suto, en la reserva forestal de Santa Ana, cuadrillas de operarios estaban desmontando totalmente ese lugar; fueron alrededor de 250 hectáreas las desmontadas, según la denuncia efectuada. La deforestación afectó la fauna de la zona, compuesta por corzuelas, ocelotes, loros, chanchos del monte y pájaros.
Según la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, entre 1998 y 2002, Tucumán perdió 22.171 hectáreas por desmonte. La Unidad de Manejo del Sistema de Evaluación Forestal de la Dirección de Bosques de la Nación señaló que entre 2006 y 2011, fueron arrasadas otras 25.333 hectáreas de bosques nativos, bosques en galería, bosques bajos, bosques abiertos y arbustales.
Tucumán cuenta con una herramienta importante que es la ley provincial N° 8.304 referida al “Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos”, sancionada en junio de 2010 y reglamentada en 2013, pero al parecer no la aplica. La tala indiscriminada de nuestros bosques ocurre porque el Estado mira para otro lado y no castiga con todo rigor a los infractores. ¿Acaso la ineficiencia es tan grande o los intereses creados son importantes? Cuando ocurren inundaciones, ningún gobernante se hace cargo por las obras que se debieron haber hecho para evitar la catástrofe y no se hicieron. Seguramente, si nuestra clase dirigente perdiera todos sus bienes bajo el agua, sentiría en carne propia lo que están viviendo los inundados del sur de la provincia, y se ocuparía de preservar el medio ambiente, de hacer las obras públicas necesarias y de mejorar la calidad de vida de los tucumanos.